Aladdin (2019)
Aladino

No es posible que a nadie le sirva los zapatos que ha dejado el difunto Robin Williams, y ya de por sí es una tarea difícil intentar recrear una película animada que fue hecha a la medida para que este señor interpretara al genio azul de la lámpara mágica. Estamos hablando de Aladdin (1992), y ahora tenemos la versión moderna del 2019 que intenta hacer su propia cosa sin dejarse arrastrar por la memoria de los más viejos.
Lo primero que debo decir es que Will Smith es la mejor parte de la película, a pesar de que los trailers inicialmente lo ponían como si iba a ser una catástrofe, y se debe a que tu cerebro de alguna manera identifica que su cabeza es muy grande o muy pequeña o que su cuello no encaja con el resto de su cuerpo. Sin embargo, los números musicales son muy parecidos a los de la original con ciertas cosas diferentes para hacerlas más propias de Will Smith. Y para variar, el genio este no siempre es azul sino que también se transforma en Will Smith y cuando lo hace es lo mejor que le puede pasar a la película.
El villano, como ya sabemos, es Jafar (Marwan Kenzari), consejero del sultán, y yo no sé lo que estaban pensando cuando rodaron la película. Alguien debió haber dicho que no se ve intimidante, ni malévolo, ni suena como un villano que uno pueda tomar en serio, y si alguien tuviera que decidir en qué película encajaría, algunos diríamos que en Shazam! (2019). Este señor lo único que quieres es poder y ya, más nada, no tiene ninguna otra meta, y para lograrlo quiere que el sultán de Agrabah le declare la guerra a una ciudad vecina. No sé qué lograría con esto, pero el truco del bastón de culebra sólo se ve dos veces en la película.
Como ya todo el mundo sabe, Aladdin se centra en la historia de Aladdin (Mena Massoud), un ladronzuela que termina aficiao de la princesa de Agrabah, Jasmine (Naomi Scott), y como es un pobre diablo sin dónde caerse muerto, la única forma que entiende de hacerse notar es pidiéndole un deseo al genio de la lámpara mágica. La única aspiración de Aladdin es la jevita. Sin embargo, Jasmine tiene otras metas, quiere conocer a su gente, al mundo, pero también quiere ser sultana, trabajo que impediría hacer todo lo anterior porque se pasaría aún más tiempo en el palacio. Yo creo que forzaron este tema de sultana demasiado sin considerar que su motivación principal es salir del palacio para conocer el mundo.
Quizás Guy Ritchie no es la mejor elección para dirigir un musical porque intenta usar algunos de los trucos que ya vimos en King Arthur: Legend of the Sword (2017), y cuando Aladdin o Jasmine tienen cada uno su propia canción, pues como que se ven tontos y cursis. No estoy diciendo nada de las canciones, es que como que esto no se traduce bien de la animación. Imagina a Elsa de Frozen (2013) cantándole a la nieve; funciona en animación, pero con gente real, no tanto.
Los números musicales están ahí, pero ahora con más coloridos vestuarios, más gente, más efectos visuales, y más de todo, conviertiéndose en la principal razón para ir a ver Aladdin. Es en la canción “Prince Ali” en que la sirvienta de Jasmine, Dalia (Nasim Pedrad), le hace la señal a Jasmine de que hay dinero y a partir de entonces se me hizo difícil volver a concentrarme en el resto de la canción. ¿Tenían que hacer una película boba con diálogos cursis y momentos aún más cursis? La respuesta es sí, y si sobrevives, pues quizás el viaje al cine valió la pena.
Para concluir, no creo que Aladdin 2019 sea mala, pero definitivamente no es Aladdin 1992, y es imposible evitar las comparaciones por más que uno trate. En la de 1992 cada personaje tiene su personalidad y uno puede acordarse de personajes como Abu, la alfombra, e Iago, pero no puedo decir lo mismo de la versión del 2019 porque se la pasan hablando, diciendo cursilerías, y algunos chistes malos. Yo olvidaré la mayor parte, y sólo me acordaré de los números musicales.